Era un lienzo en blanco su piel pues nadie había sabido dejar una huella perdurable en él.
Pensaba que así sería siempre, pero la vida un día le presentó un pintor que con las palabras más hermosas le convenció e dejase pintar para ella y en ella el mejor paisaje.
Describía con sus mejores colores lo que sentía por ella, lo que al verla le inspiraba plasmar en ese lienzo en blanco que era ella.
Se dejó pintar, abrió su alma y dejó salir todo lo que llevaba dentro de ella, deseaba no tener espacios oscuros. Quería que aquel desconocido pintor los cubriera con el color más luminoso de su paleta.
Tomó sus finos pinceles y delineó luz en sus tristes ojos, trazó una y mil veces los labios deseando besarlos tiernamente al tiempo que los dibujaba.
Con gran destreza y maestría dibujó todas y cada una de las lineas de su cuerpo, deteniéndose de vez en cuando para admirar lo que estaba logrando a través de su mirada y sus hábiles manos.
No dejó hueco de piel alguna sin cubrir de color, especialmente el lugar donde se ubica el corazón, lo dibujó de tal manera que ya al terminar su obra sería un corazón nuevo, pues había dejado en ése lugar su propio corazón.
Al final sonrió satisfecho con el resultado y estrechándola en sus brazos le susurró al oído: - Eres hermosa, mírate, yo solamente di color a tu belleza.
(13-abr-2015)
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