Nunca imaginó que aquel sencillo caballero que todos los días pasaba frente a su puerta pudiera hacerle ver lo que valía.
Le permitió entrar a su vida para quererle, al mismo tiempo que le escuchaba decírselo lo sentía.
Por primera vez en su vida no lloró ni le dolían las caricias que le hacían; no derramó lágrima alguna después de que la poseyeran, al contrario, se sentía plena, dichosa, amada, valorada.
Sentía y escuchaba todas y cada una de las palabras que él le susurró una tarde cualquiera al oído.
Se sabía hermosa, digna de ser amada, no sintió pena al exponer su piel. Sabía que aunque él nunca le pudiera tocar ahí estaba para hacerle sentir amada, para acariciarla con sus palabras y que se le grabaran tan profundo en la mente y en su alma para que cada vez que intentaran lastimarla vendrían a su mente para proteger antiguas heridas y evitar ser dañada.
Antes de cerrar los ojos y dormir profundamente esa y las noches siguientes, agradeció al destino haberle conocido y dejado entrar un poco más allá de la puerta de su vida: a su alma.
(3-abr-2015)
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