lunes, 1 de enero de 2018

La noche que el invierno murió

Llegó una mañana hasta donde ella estaba, la miró y sin mediar saludo de por medio le dijo lo hermosa que estaba, que no le sonriera así porque la próxima vez la besaría sin importarle que ella ya tuviera un destino en otro camino lejos de él.

Una noche sin siquiera planearlo le regaló lo que en toda su vida deseó: tiempo.
Le hizo el amor tan tiernamente que lloraba por haber desperdiciado su existencia en hombres que no la valoraron. En medio de la noche un destello la iluminó, nunca supo si fueron las estrellas de la noche en que el invierno moría o las luces de la ciudad que la abrazaba envuelta en mantos de nieve.

Con palabras dulces y manos expertas le quitó los miedos al tiempo que la ropa que cubría su frágil figura caía por la habitación en la que se refugiaba del mundo esa noche mientras se reencontraba a si misma. Se pertenecieron por unas horas, la liberó de sus viejas ataduras para que continuara su camino como lo que verdaderamente es y siempre había sido: una mujer libre.

Cuando fue el momento de despedirse él solamente le dijo que viviera, que fuera feliz, que jamás la olvidaría aunque no supiera ni su nombre. Tuvo que irse, y ya cuando se vio lejos, a kilómetros de distancia lloró por su alma que le dolía por extrañar al hombre que amaba pero no la podía tener con él; lloraba por el hombre que la tenia pero nunca había sabido despertar la pasión que amenazaba con salirséle un día.

Se alejó preguntándose si le había dejado una huella similar en su vida. Quiso gritar todo lo que llevaba guardado pero eligió depositarlo en un cielo que sólo ella a la distancia podía ver para que cada vez que sintiera que las cadenas de la sociedad la ataran recordara que encontró la esperanza a la vuelta de una esquina en un lugar lejano a su hogar y podía regresar a él con solo voltear a ver su pedazo de cielo.







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