lunes, 13 de enero de 2014

Un lazo de amor y fe

Todas las historias tienen un principio y un fin, ésta historia que hoy doy a conocer no está exenta de ello; lo que si tiene es un lazo poco común que unió a dos personas eternamente.
Corrían los aciagos días en una época en donde ser religioso era un crimen imperdonable: los templos lucían desiertos y cerrados, los servicios religiosos no se realizaban y de llevarse a cabo eran efectuados amparados bajo el manto de las sombras pues de hacerse a plena luz del día se corría el riesgo de pagar con la vida la fe profesada.
Aún así dos personas se atrevieron a vivir y confirmar su amor en tiempos donde la fe se practicaba a escondidas.

Todo inicia cuando Don Juan de la Garza, padre de la protagonista de ésta historia: Esther, fallece; quedando Doña Petra Villafuerte y sus hijos en desamparo económico y moral.
Justo, cuñado de la ahora viuda sugiere a ésta rehacer su vida. Después de guardar el luto respectivo, la viuda acepta casarse con un empleado postal de nombre Matías, avecindado en Santa Engracia Tamaulipas. Éste hecho provoca el rechazo y negativa de la familia entera, trayendo como consecuencia la desintegración de la familia De la Garza Villafuerte.

Ante tal situación María Ignacia Treviño toma bajo su cuidado a la pequeña Esther, dado que era prima y madrina de ésta. Toda la niñez y parte de la juventud de ella transcurre dentro del seno de la familia González Treviño.

Quiso el destino que dos de los hijos de la familia que acoge a Esther, los doctores Eloy y Enrique, por motivos de su profesión trasladaran su residencia a la ciudad de Nuevo Laredo, trayendo consigo a la joven a quien siempre consideraron su hermana. Mismos que en una ocasión sugirieron a una paciente el uso del aguamiel en un tratamiento médico, para lo cual piden a Esther acuda al taller de Timoteo el herrero, en donde éste tenía una magueyera.
Timoteo queda fascinado ante la belleza de la joven, accediendo a capar uno de sus magueyes para extraer el aguamiel solicitada. Sobra decir que es Timoteo Pedraza Alvarez el caballero de nuestra historia.
No teniendo ya más pretextos para acercarse a la joven, Timoteo pide a su sobrina Estefana, establezca una amistad más estrecha con Esther, al grado de ser Estefana o Estefanita como cariñosamente la llamaban, la responsable de llevar y traer las misivas que él le escribía a ella, y en donde a la manera antigua se cortejaba a las jóvenes de ésa época.

Tal cortejo llega a oídos de la familia, los padres de crianza oponiéndose rotundamente a aprobar la relación, mientras que uno de sus hermanos, Eloy es quien decide apoyar a Esther para que acepte en matrimonio al sencillo pero honrado herrero, al grado de facilitales la casa en donde se ha de llevar a cabo el enlace entre Timoteo y Esther, ya que por circunstancias ajenas a todos, los servicios religiosos estaban suspendidos indefinidamente.
La fecha no queda registrada en ningún libro religioso, pero es el 28 de mayo de 1930 el día que designan para enlazar sus vidas Esther y Timoteo. Ella sin poder ocultar su emoción por unirse al hombre que el destino le tenía asignado se presenta en la casa de su hermano Eloy, misma casa que a la fecha sigue de pie en las calles de Guerrero e Independencia.

Vestida de novia, con la ilusión brillando en sus ojos y no importándole que su enlace no se llevara a cabo dentro de un templo lleno de flores blancas como ella siempre soñó, pero teniendo a un sacerdote oficiante como testigo de Dios, acepta seguir en la salud y enfermedad, en la riqueza y en la pobreza a Timoteo.
El Sacerdote al momento de solicitar el lazo para unir a la pareja se percata de que no había dicho lazo, creyendo que Esther y Timoteo no quedarían unidos Rebeca, esposa de Eloy entrega un delgado y colorido rebozo de seda, mismo que sirve para unir a esos dos seres que en contra hasta del mismo gobierno queda atado religiosamente.

Dando gracias a Dios por haber celebrado su unión Esther promete a la Virgen de San Juan de los Lagos que en cuanto pueda viajar, iría a dejar su velo y corona de novia a su Basílica como muestra de agradecimiento. De ésta unión nacen tres hijos: Francisca Esther, Alberto y Martin.
Por desgracia la promesa de mi abuela queda inconclusa, la vida no le permitió efectuar ese viaje para cumplir su manda. No fue sino hasta años después de su muerte que mi tía Francisca acude a la Catedral de San Juan de los Lagos para depositar en el altar aquella corona y su velo que tan celosamente había guardado.

Del resto del ajuar de novia no tengo conocimiento que fue de él, lo que si aún conservo como prueba de ese amor tan grande es el rebozo de seda que sirvió de lazo a mis abuelos y que siendo una niña me fue entregado como valiosa herencia, además de enseñarme con su ejemplo que el amor puede romper la barrera del tiempo y la distancia. Que la fe es inquebrantable y que aun cuando el mundo entero se opone a que dos personas se unan, el destino conspira a su favor para juntarlas.


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